«Hacen falta centros de interpretación para salvar las pinturas rupestres y a toda la sierra de Gistreo»

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Esta tarde he recibido la visita de alguien que últimamente se ha convertido en un auténtico trotalibros, el infatigable Casimiro Martínferre, pues anda continuamente de aquí para allà con su Manuscrito de los Brujos en la mochila. También ha traído bajo el brazo una entrevista publicada hace algunas fechas en el suplemento cultural El Filandón que sale los domingos con Diario de León.

Manuscrito de los Brujos: ¿adónde nos lleva el título?

— Es una alegoría al conjunto de pinturas rupestres, ese enorme manuscrito plasmado en roca por personajes destacados de aquellas tribus neolíticas, seguramente brujos o chamanes. El título nos llevará a los enclaves prehistóricos de la provincia con arte esquemático, ubicados en los rincones silvestres más recónditos, escogidos a propósito para erigir lugares de culto, de ofrendas, de ritos.

— ¿Cómo surgió la idea del libro?

— Difícil puntualizar cómo o cuándo, aunque sí dónde. Supongo que todo arranca de la propensión que tengo a la naturaleza y a la fotografía. Llevo décadas recorriendo montes con la cámara en ristre, lo que se dice cabra fotógrafa. En particular el cañón de Entrepeñas, en las cercanías de Librán, es una de mis querencias favoritas, y además atesora pinturas rupestres esquemáticas. Aquí empecé copiando símbolos en el cuaderno de campo. Lo uno inevitablemente debió de llevar a lo otro.

— Martinferre, ¿es usted historiador o arqueólogo?

— Un simple aficionado de tercera, pero entusiasta. Desde el principio tuve claro, por mis limitados conocimientos en prehistoria, que sería un trabajo poco técnico, alejado de las sesudas monografías y los magníficos corpus universitarios tan dados a mediciones, clasificaciones, orientaciones. Por otra parte esto debe ser así, si deseas acceder al lector de batallón, al lector normal y corriente, pues tales monografías suelen ser infumables en plan literario. El texto desgrana las peripecias de un explorador dominguero, inducido por un afán investigador hacia las pinturas rupestres que yacen en remotos valles, pero el asunto va degenerando en una investigación sobre sí mismo.

— ¿Y cómo es que aquel primer trazo en el cuaderno de campo se encarnó en libro?

— Pues de puro milagro. Del Lazarillo de Tormes acá, este país ha evolucionado poquísimo en materia intelectual, a la vista está, no siendo para perfeccionar pícaros. Ya se sabe: si tienes una obra escrita, o una muestra de arte lista para exponer, pero careces de machacantes o de conexión trifásica, no te queda otra que salir al mundo a dar tumbos. Yo los di por todas las instituciones habidas y por haber, y contestaron unánimemente que para estas cosas no había pomada. Consulté también con las dos principales editoriales a nivel provincial; en una me dijeron con el corazón en la mano que el producto era invendible, en la otra que además de invendible y ruinoso tenía peligro, pues no podían arriesgarse a que el gremio académico de la universidad o la progresía ilustrada les dieran la espalda, publicando temas más o menos importantes de autores profanos. Así, estrujando el magín, recalé en Internet, en la editorial Pasionporloslibros, cuya vida alarguen las estrellas luengos años.

— ¿Qué podemos encontrar en el Manuscrito…?

— Dediqué un par de años a este proyecto, o más bien experimento, tiempo que dividí en la exploración de Entrepeñas—Penachada buscando nuevas estaciones prehistóricas, en el copiado de los símbolos a la acuarela y en la redacción del texto. En mi opinión, podemos encontrar en este humilde librillo una fuerte afinidad con esos últimos rincones «salvajes» en los confines de León, en el Bierzo mágico, que aquí es más mágico que en ningún otro lugar, y otro fuerte vínculo con la gente que los habita, esos abueletes que son ni más ni menos los descendientes de aquellos primeros pintores. Quizá también una pizca de tesón.

— La segunda parte, ¿para cuándo?

— El trabajo está bastante adelantado, pero sin atisbo de final. Van surgiendo facetas nuevas que alargan el asunto, y me alegro, porque tampoco hay prisa. Ahora que lo pienso, algo bueno guarda el ir por libre, el no estar aferrado a tetas de subvención: huelgan calendarios y besamanos.

— ¿Qué nos impulsa a escribir, a fotografiar, qué le impulsa a Martinferre?

— ¡Uf!, es imposible responder a esto. Cada uno somos de una madre, así que supongo que habrá tantos motivos como creadores. Tengo un amigo poeta, al que le impulsa su suegra. En mi caso, por puro egoísmo, por instinto de supervivencia. Para que no muera la neurona creativa, que es el clavo ardiendo al que me agarro.


— ¿Sirve para algo un libro, por ejemplo el Manuscrito de los brujos?

— Para la inmensa mayoría de autores, escribir una historia sirve para llorar de fiasco. Sin embargo, cosas veredes, a unos pocos les vale para forrarse, aunque ni siquiera la hayan escrito ellos ni la lea ni Dios: recalcitrantes del pesebre, dudo si es un chiste o es la ley de la jungla. A nivel personal, descartado de por vida el enriquecimiento y para más inri contentándose uno con no perder dinero, un libro significa la futilidad de ver editada una ilusión, o sea humo. Aunque nos atraigan, los admiremos o incluso les tengamos devoción, la verdad última es que los libros no sirven para nada, cosmológicamente hablando; si alineáramos todos los libros publicados, tendríamos un caudaloso río de ceniza, la ceniza de la vanidad humana. No obstante, puestos a pedir por pedir, me gustaría que el Manuscrito de los Brujos allanara el camino para dotar al entorno Entrepeñas—Penachada, y por ende a toda la sierra de Gistreo en el que está ubicado, de la máxima protección y reconocimiento posibles, antes de que consumemos su destrucción. Hemos de considerar que a una naturaleza de sobresaliente valor ecológico, aquí añadimos el hecho de albergar la más antigua manifestación cultural de nuestros antepasados. Hace años que venimos proponiendo centros de interpretación en Librán y en San Pedro Mallo, lo cual fomentaría la educación y crearía puestos de trabajo. Pero todo esto es como predicar en el desierto, así que me conformaría con que a lo mejor valiera para ilustrar un poco a alguien, para hacerle recapacitar, concienciarle, implicarle, nada menos…

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