Andar la vía, patear la cañada

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Sirva esta recreación en el arte del corta y pega para rendir admiración y respeto por Manuel Rodríguez Pascual y Fernando Fernández y, por supuesto, a Martín Martínez autor de este artículo publicado en el día de hoy en Diario de León.



Querido hermano: Y es que la vía, la de la Plata, y la cañada, la de la Vizana, juntas y por separado me han traído al retortero años y años. De rapaz, mi primer viaje en tren lo hice de Astorga a Benavente por esa línea que decíamos del Oeste, en aquel tren Charango que duraba una eternidad. Después llegué por la vía más lejos; una vez haciendo desvío a Lisboa para hacerle la cusca a los de la Red de Ciudades en connivencia con nuestro amigo lisboeta Antunes. A esta vía que tantos quieren, cualquier día le salen nuevas hijuelas, por si tenía pocas; y allá que la veo pregonando por Burdeos, Almería y faltaría más, Catalonia.

También de rapaz, hermano -tú andabas por otras sementeras- tenía bien clavada la cañada; por los embarcaderos de las dos estaciones de Astorga, que Adif debe cuidar y vigilar un poco más como símbolo de una etapa ferroviaria desaparecida. Y porque por el pueblo, por el valle de Calzada pasa un cordel que usaban los rebaños de Sierra Pambley; rebaños que él esperaba en Hospital y acompañaba a los puertos, según contaban; a veces llegaba en tílburi desde Moreruela, donde era propietario de un gran descansadero. Ahora, de mayor aprendí de la trasterminancia por boca de Bernardo, el de Pinos, que cada primavera subía a la montaña a ver si por fin se arreglaba el contencioso con los de Avilés.

A ver el paso de los inmensos rebaños de merinas nos acercábamos a Calzada; el espectáculo sobrecogía al cruzar en una tarde tres o cuatro mil reses. No veas la parafernalia que se montaba: silbidos cifrados de los pastores; balidos de las merinas, ladridos de los mastines, carreras de los perros de aqueda que ellos dicen careas, yeguas y potrancos retozando; y polvo mucho polvo y un olor denso e inconfundible que no molestaba porque en el pueblo había buenos hatajos. Siempre hubo algún desaprensivo que en aquella turbamulta se hacía con un cencerro que al día siguiente sonaría al pescuezo de una churra por los pastizales del pueblo. Por eso los montañeses cuando cruzaban un pueblo o veían una rapazada estaban más atentos. Y aún así...

Hermano, si tienes nostalgia de la cañada, como ya no estás para trotes por esos mundos, toma asiento y disponte a leer De Babia a Sierra Morena, libro en gran formato, de más de 250 páginas donde ha vertido todo su saber, y es total, Manuel Rodríguez Pascual. Metido en harina, recordé el año 1993 cuando encargué a Manolo, que apenas sobrepasaba la treintena una ponencia para el congreso que sobre Astorga jacobea organizaba el Centro Marcelo Macías. Era Año Santo y la trashumancia, los caminos de la Mesta tenían mucho que ver en el asunto santiaguista. Andaba ya Manuel enredado en las lanas merineras para acabar -bueno seguro que no acaba aquí- con este libro; que no es una guía al uso, aunque te explica más y mejor que otras muchas hechas por encargo. Te cuenta dónde están y cómo son los muchos puertos de montaña y te señala cada chozo; por Sierra Morena y las Extremaduras te indica los campaciales de la primavera y te habla de aquellos pueblos que se llaman Segura, Fuentes, Canaveral o Calera, todos de León; de santiaguistas y templarios, de monasterios y señores. Todo con sentido, conciso, ameno, lo que no habrás visto y nunca te explicarán en guías eruditas.

Necesitaría, hermano, varias cartas para contarte todo, así que lee. Porque, además, lleva el valor añadido de un montón de espectaculares fotografías que complementan, como si de almas gemelas se tratara, la escritura de Manuel. Mira la de la portada y dime si ese rebaño rebalgado, son merinas o piedras en forma de merina. Fernando, el fotógrafo no sólo le sacó los colores al paisaje, le sacó el alma que se refleja en cada foto. Ellos, Manuel y Fernando, anduvieron la vía y patearon la cañada por nosotros. Gracias.

Carta te escribo | MARTÍN MARTÍNEZ

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