En la partida del carbón se juegan últimas bazas

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Muchas personas coinciden, algunas de ellas participantes en la anterior 'marcha minera', con los argumentos que expone la autora de este artículo, donde con claridad y certeza nos dice aquello que empresarios, sindicalistas y políticos no quieren oir y mucho menos reconocer.

Nuria G. Rabanal, presidenta del de Colegio de Economistas y profesora de la Universidad de León.

Que la minería del carbón está en el candelero de las noticias estos últimos meses es indudable. Una vez más, se convierte en noticia de primera plana el tan controvertido papel de un sector que, durante siglos, ha generado riqueza en nuestro país y en nuestra región.

Durante todos estos días, asistimos a los cruces de opinión, exigencias de unos y otros y sobre todo a un debate que podríamos tildar de repetitivo e interesado. Y es que uno tiene la sensación de que en todos estos años, en los que hemos oído hablar de crisis en el carbón, no se oye nada nuevo, siempre es lo mismo y casi siempre, lo que acaba sucediendo es que la realidad se impone porque, desde Bruselas, se ha puesto un plazo de caducidad que ni unos ni otros se acaban de creer. Y es que la historia de la minería energética subvencionada, es eso, historia.

En 1951, cuando se firmó el Tratado Constitutivo del Carbón y del Acero y España no formaba parte del mismo, ya se contemplaba en su articulado la necesidad de establecer mecanismos que paliasen el declive inevitable de un combustible preciado en aquel momento histórico por el que se disputaron su propiedad Alemania y Francia, y que acabó resuelto con la firma de este Tratado. Fruto de aquellos tiempos fueron los fondos CECA unos fondos de ayuda, de los que España se beneficiaría con su entrada posterior y con los que unos Estados miembros fueron más hábiles que otros a la hora de darles destino.

En 1986, España entró a formar parte del proyecto europeo y, al igual que otros países, se convirtió en beneficiario de las ayudas que venían de la UE y de las que no estuvo excluido el carbón leonés. Estas ayudas canalizadas a través de los Planes Rechar hicieron las mieles de todos los protagonistas de la historia que veían como, de una forma u otra, podían sacar beneficio de tan generoso donativo. El resultado es que mientras que en otros países de la UE las ayudas al carbón formaban parte de toda una estricta estrategia energética nacional con una decidida apuesta por resolver el problema a largo plazo, en España resolvíamos el asunto jugando en mesas separadas a ver quién rentabilizaba mejor el potencial beneficio de las ayudas

Fruto de todo ello, es que nos hemos convertido con lo que la Comisión Europea llama un «islote energético», carecemos de una estrategia nacional coherente y no hemos logrado un consenso claro acerca del modelo energético que queremos para el futuro, puede que por el coste político que implica decir la verdad de lo que nos rodea.

Y lo que es peor, nos dejamos manipular por el significado que se hace de «reserva estratégica», un significado que en Europa implica hablar de mantener minas en buen estado con reservas susceptibles de explotación en condiciones de ponerse en funcionamiento en el momento en el que sea necesario, para que nos entendamos, algo así como no dejar que se caiga la casa por si es necesario usarla en caso de necesidad.



Veinticuatro años llevamos reconvirtiendo este sector y reindustrializando las cuencas mineras y a estas alturas, no es irracional que los ciudadanos, que en su momento hemos sido solidarios con sus necesidades pagando un extra en nuestra factura de la luz nos preguntemos, ¿pero qué se ha hecho en todos estos años?

Mientras que en otros Estados productores con gran tradición minera, se ha elegido un modelo de reconversión claro y único para la minería —"en unos casos con más acierto que en otros"— caso de Francia que nacionalizó la industria minera para progresivamente reducir actividad, o Alemania que nacionalizó y redimensionó drásticamente el sector proporcionando a las cuencas mineras industrias alternativas que facilitaban el traspaso de trabajadores de una a otra industria y usó los fondos con ese fin, o como el Reino Unido que nacionalizó y posteriormente privatizó la minería inglesa, nos encontramos con el paradójico caso español, único en Europa, en el que compatibilizamos la minería pública y la privada en una discriminación ilógica que trata con criterios diferentes y exigencias diferentes a ambas y que, en el éxtasis de la locura otorga, a las primeras la capacidad de gestión de las reservas estratégicas, asfixiando con ello, más si cabe, una minería leonesa históricamente más competitiva.

Que el problema del carbón es complejo, a estas alturas, nadie lo duda. A la dimensión económica del mismo se unen la política y la social. Económicamente, el carbón español ha adolecido de competitividad internacional, fruto de la difícil configuración geológica de sus yacimientos (lo que ha impedido una mecanización tan intensiva como la de otras minerías europeas), la difícil localización geográfica de sus explotaciones, alejada de nodos de transporte y distribución, y la mala calidad de algunos de sus carbones. Alentados por una legislación proteccionista que amparaba sus beneficios, algunos apostaron primero por su explotación económica -con grandes esfuerzos inversores iniciales, es cierto- y, cuando las normas las han puesto en Bruselas y no se sienten tan protegidos, han apostado por su continuidad a cualquier precio amparándose en su carácter necesario para la economía nacional y en los trabajadores del sector y su futuro incierto, en lo que entiendo es su último cartucho. Otros, se conformaron con pensar que lo importante eran negociar buenos planes que garantizasen que trabajadores con cuarenta y tantos años pasasen a ser pre-jubilados en lo que se entendía era una forma de negociar una salida digna, sin pensar que esto no genera alternativas reindustrializadoras, genera despoblación, falta de iniciativa y constituye un derroche de fuerza de trabajo y capital humano que no pueden permitirse otros sectores deprimidos, ni la economía de estas poblaciones que hoy agonizan. Junto a estos dos grupos aletean aquellos que pretenden hacer brindis al sol, prometiendo lo que saben no se puede cumplir y defendiendo con poco entusiasmo y sobre todo con poca convicción los argumentos que, al son que tocan las elecciones, hay que bailar.

Y es que como leonesa que soy, amante de mi tierra y residente durante muchos años en una cuenca minera, no puedo entender cómo hemos llegado a este punto. Cómo es posible que durante veinticinco años de protección y ayuda se haya gastado el dinero en cosas probadamente no generadoras de empleo, cómo se ha jugado con el porvenir de regiones que vivieron tiempos dorados y que ahora ven cómo se quedan sin juventud, sin porvenir, y sin expectativas a corto plazo, cómo quienes tienen que ver con la solución del problema no han contado a los ciudadanos la realidad tal como es y afrontan lo inevitable utilizando el diálogo, la sensatez y la profesionalidad necesarias. En un momento como el actual, ya no quedan argumentos que utilizar en una Europa en la que el carbón sólo tiene el futuro que le permitan el estrecho margen de la garantía del autoabastecimiento y la compatibilidad ambiental. Ofrecer una alternativa real, en tan corto periodo de tiempo, es complicado en un sector en el que la innovación es clave para su futuro. No quiero caer en el pesimismo y quiero apelar a la demostrada raza de la minería leonesa, de sus trabajadores y empresarios para que haya un futuro económico real alternativo.

Me gustaría finalizar mi reflexión refiriéndome a una frase de Paulo Coelho, novelista brasileño, de quien me he tomado la licencia literaria de tomar prestadas sus palabras: «Cuando crezcas, descubrirás que ya defendiste mentiras, te engañaste a ti mismo o sufriste por tonterías. Si eres un buen guerrero, no te culparás por ello, pero tampoco dejarás que tus errores se repitan».

Análisis | Diario de León 10/09/2010

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